Monday, May 28, 2012

Entrevista en: Cuadritos, periodismo de historieta

Recientemente el periodista especializado Andrés Valenzuela (Página/12, Comic.ar) me realizó una entrevista para su Blog: Cuadritos, periodismo de historieta. Entrevista original: aqui. Gracias Andrés!

Rosario. Octubre 2010. Un puñado de dibujantes, guionistas y curiosos se arremolinan alrededor de una mesa del tradicional bar El Cairo. Jim Lee y Brian Azzarello están por ahí, pero no son el centro de atención. Los ojos están puestos en las páginas de muestra de Agustín Graham Nakamura. Lleva consigo dos capítulos de una extensa novela gráfica de acción que no concluirá sino hasta un año y medio después. “Qué impresionante, no le puso diálogos todavía y se entiende todo perfecto”, comentará luego alguno de los contertulios. Efectivamente, es mayo de 2012 y las casi 200 páginas de historia están terminadas. Cuadritos se da el gusto de pasar las hojas y, a falta aún de los textos, las escenas fluyen sin pausa. El libro ganaría la calle el segundo semestre del año.

Ahora Graham Nakamura es docente en una universidad privada porteña y, reconoce, su incorporación al mundillo de la historieta argentina comenzó en 2009, con una entrevista en la revista La Duendes. Una entrevista motivada por un corto animado que había comenzado cuando era en estudiante becado en Japón y que exhibió en distintos festivales internacionales (ComicCon y Crack Bang Boom incluidos). Esa nota también lo puso en contacto con sus colegas y abrió las puertas de su ingreso a la Universidad de Palermo.

Su camino dentro del mundo de la ilustración es bastante inusual, cuando se lo compara con el de sus pares. Comenzó, sí, como casi todos: con muchas lecturas de chico y cantidades ingentes de dibujos animados en la década del ’80. Hizo storyboards para publicidad y cine. Probó con diseño industrial en la UBA, hasta que se hartó “del sistema educativo que te hace ver cosas que no sabés para qué te sirven”. El auténtico cambio lo pegó cuando llegó a la tierra de su abuela materna.

“El gobierno de la provincia donde nació mi abuela le ofrece becas a los descendientes y vos te podés postular para lo que sea”, cuenta, “yo pedí trabajar en un estudio de ilustración digital o 3D”. Esa posibilidad no se dio, pero sí la de estudiar animación. “De alguna manera lo que había visto de chico en la tele, el que me guste el cine y la historieta, donde la animación es un intermedio perfecto que combina ambas partes, hizo que cuajara todo y fui”.

La enseñanza en Japón, cuenta, es por observación y sistema. “Allá hay una forma correcta y otra incorrecta de hacer las cosas. Es una de esas culturas donde vos tenés que aprenderte todo el método y cuando lo hiciste perfecto, ahí ver si querés o podés proponer algo nuevo”, comenta y compara con lo que suele exigirse a los artistas locales. “Si vos decidís estudiar o ser artista, todos te dicen que tenés que ser Gardel o Picasso, porque si no vas a ser uno más. Así piensa Occidente. En Oriente es distinto, más tranquilo. Lo importante es que tengas una base sólida, técnica”.

Además, explica, los docentes japoneses no dan tantas explicaciones. Ejemplifican y esperan que el alumno pueda seguir sus pasos. “Allá tampoco se habla mucho en general, a mí jamás nadie me dijo que haga un corto de 12 minutos, con 2000 dibujos y en 3 años. No. Me dijeron empezá y jamás me dijeron pará”.

La severidad japonesa también era la norma en el instituto. “He visto chicos llorando a moco tendido en los finales cuando recién empezaba la crítica de los profesores, y para cuando terminaban el pibe no podía ni hablar”. Por su status particular de becario-pasante, tenía gran relación con los profesores, quienes en ocasiones lo invitaban a presenciar esos exámenes. “Ver esas cosas era muy fuerte, pero te hacían entender que ellos tienen una manera de pensar cómo es hacer las cosas bien”.

“Mi duda era qué espacio queda para la originalidad, ¿un chico no debería estar pensando en su estilo, en su narrativa, en qué tiene de distinto para proponer? Pero claro, yo pienso de esa manera porque soy occidental, ellos no se lo planteaban ni les molestaba, porque además sabiendo hacer mínimamente lo técnico ya tienen garantizada una carrera. Hoy los mejores de esos pibes están haciendo las películas que vemos en el cine”.

Dibujar ojos grandes:

“Vengo de familia japonesa, así que siempre hubo mucho manga dando vueltas en casa”, señala Graham Nakamura. “Siempre estuvimos vinculados a la cultura japonesa, con libros y enciclopedias en japonés, ropa de geishas, todo, y desde chico yo ya armaba libritos dibujados”. Además, su familia siempre estuvo vinculada al arte. Su madre es pintora y grabadora. Su padre, pintor y dibujante. Su hermana, cantante. “Mi viejo leía mucha historieta: Fierro, Cimoc, Skorpio, Nippur Magnum, Totem, unos amigos tenían Metal Hurlant, así que mi base más dura de historieta es muy europea, por eso quizás me identifico más con los que tienen entre 36 y 40 que con el resto de mi generación”. Y si aquí cualquiera identifica en sus trazos la influencia inequívoca de Oriente, los productores y editores japoneses que vieron sus trabajos inmediatamente lo asociaron a los autores del Viejo Continente.

Por supuesto, la beca en Japón era una ocasión ideal para encontrarse con la producción de la principal industria de viñetas del mundo. Sin embargo, confiesa, jamás leyó tan poco manga como allí. “Era tanto lo que había que perdí el interés”, destaca.

“Allá pasa algo que la mayoría de los argentinos no sabe”, explica, “nosotros acá leemos a Takahashi, Otomo, Toriyama, los grandes exponentes, pero vas allá y no saben quiénes son. Preguntás y no saben. Sí, tuvieron mucho éxito en Japón, pero son historietas que algún editor occidental a consciencia eligió para el público occidental, pero hay series que son un éxito 10 veces más grande que Dragon Ball y nadie lo sabe porque sólo las entienden los japoneses”.

Entonces Graham Nakamura multiplica anécdotas de visitas a locales gigantescos en los que los empleados le preguntaban “a cuál Otomo se refería”, o de su frustración con los doejinshi. “Son como fanfiction, pero legal, y se vende muchísimo, capaz en una librería tenés un piso entero de eso, creés que encontraste un autor o una serie, la tapa es igual, hasta los personajes son los mismos y lo edita la misma empresa, pero tenés al protagonista hablando de hacer sushi o hamburguesas”. Tanta producción mareaba y, finalmente, terminó por repelerlo un poco.

Claro está, la industria japonesa sostiene el sistema tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo. “El nivel es bueno porque si no llegás a cierto nivel técnico básico, no podés laburar, tené por seguro que la mayor parte de los dibujantes de manga dibujan bien”, apunta. “Se forman de una manera medio rara, ven cómo se hace la línea, cómo la tramita aquella, cómo dibujar los ojos, ¿y el estilo? Les pasa que aunque algunos lo logran, la aspiración de un dibujante no es llegar a tener una serie para él mismo, la mayoría está pensando en meterse en un estudio y ser asistente de algún dibujante, el salto a la fama no existe, eso es de Occidente”.

Vivir en las antípodas:

“Ahora la historieta se volvió algo cool”, considera Graham Nakamura cuando se le pregunta por la situación de Argentina. “Si bien sigue teniendo un poco la filosofía under, se volvió cool porque apareció Liniers y tipos que hacen cosas con onda, se la asocia con festivales de diseño, con street art”, analiza y propone la perspectiva histórica. “En los ’90 vos veías una cantidad apabullante de manga y animé, pero la gente no hacía nada respecto a eso: si casi no había historietas argentinas, la gente tampoco producía. Ahora de golpe pueden estudiar, se animan a hacer un fanzine. Con Tumblr y Flickr, Internet está a pleno. Hay más. No sé si mejor, pero hay más, lo cual es sano y está bueno”.

La estética asociada al manga y el animé forman parte de los grandes cambios que atraviesa la historieta argentina. Graham Nakamura lo asocia a las nuevas generaciones. “Para ellos es normal prender la tele y que haya animé, ven como natural que en un kiosco vendan manga”, explica. Esto le genera alguna dificultad a la hora de dar clases para chicos que sueñan con el mercado nipón. “No puedo mentirles y decirles que si dibujan igual que Toriyama van a tener trabajo, porque probablemente si dibujan igual jamás van a conseguirlo, si van a trabajar allá aunque sea manga-que es sólo un género y un estilo- tienen que ofrecer algo distinto a lo que hacen los japoneses”.

Además, advierte, para muchos el manga genera contradicciones. Para algunos no tan jóvenes, porque el peso de la tradición es muy fuerte. Para los más jóvenes, porque se encuentran con un medio que no es particularmente receptivo y que en su formación ofrece muchas otras opciones para conocer además del manga. Su recomendación es avanzar igual por ese camino. “Tenés que hacer lo que te gusta, yo tengo un estilo que está requeterecontra influenciado por el manga, pero trato de no decirle así porque en el punto en que lo digo ya la gente necesita calificarlo para meterlo en una estantería”.

“Hoy es natural que tengas una generación entera de animadores, ilustradores y diseñadores gráficos influenciados por el manga y el animé, ¡es lo que consumen hace 20 años! ¿Cómo le vas a decir que no dibuje los ojos grandes? ¿Querés que los achiquen?”, cuestiona.

“Lo que no justifico de ningún modo es la ignorancia. Una persona que sólo leyó manga y no sabe nada de historieta argentina, que no vio ninguna otra cosa… ahí comete un error. Más vale que viva en Japón, porque sino está en serios problemas. Eso es ser un caballo y no pensar de dónde venimos todos”.
Por Andrés Valenzuela

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